CUEDEC A.C.: mayo 2018

TEMAS DE DERECHO: JUSTICIA PARA ADOLESCENTES

El trabajo legislativo y el marco jurídico que ha prevalecido hasta nuestros días, en nada han disminuido el crimen entre los menores de edad, y si en cambio, ha denotado las deficiencias de la sociedad mexicana, que ha sido incapaz de consolidar niños y adolescentes desarrollados plenamente.

Cada mañana, cuando nos despertamos, podemos preguntarnos qué nuevo horror nos habrá deparado, no el mundo, que ése, pobre de él, es sólo víctima paciente, sino nuestros semejantes, los hombres, y cada día nuestro temor se va cumpliendo, porque el ser humano que inventó las leyes para organizarse la vida, inventó también, en el mismo momento e incluso antes, la perversidad para utilizar esas leyes en beneficio propio y sobre todo, en contra del otro. El hombre, mi semejante, nuestro semejante, patentó la crueldad como fórmula de uso exclusivo en el planeta y desde la perversión ha organizado una filosofía, en pensamiento, una ideología, en definitiva, un sistema de dominio y de control que ha abocado al mundo a esta situación enferma en que hoy se encuentra.[1]

El delito que más comenten las personas de entre 12 y 18 años de edad, es el robo, seguido del de homicidio y el de violación.

Casi el 80% de los asuntos que son consignados a un juez de adolescentes, son por robo, y más de la mitad de ese porcentaje, por robo a teléfono celular, con la agravante de violencia (física o moral), pandilla y a transeúnte.

Que un adolescente se apodere de lo que no es suyo, no puede ser analizado a partir de aspectos netamente jurídicos, sobre todo al hablar de adolescentes. Debe ser entendido a partir de aspectos económicos, políticos y sociales.

Las condiciones económicas actuales del país, se resumen en una marcada e injusta desigualdad en la distribución de la riqueza, lo que arroja una población en su mayoría sumida en la pobreza y un muy pequeño sector en una riqueza extrema; ello repercute en el poder adquisitivo, en el empleo, en la accesibilidad a servicios básicos de salud, alimentación, educación, recreación y vivienda.

Tenemos así una sociedad de consumo, donde los medios de comunicación (y casi todos los subsistemas sociales, incluyendo a la familia) lanzan todos los días mensajes para que los adolescentes “compren” desde un jabón hasta una forma de vida, con estereotipos que conviene establecer a los que venden productor light, fajas reductoras, tintes para cabello, cirugías estéticas, ropa, accesorios, tecnología, etc., pero que en nada contribuyen con una juventud ansiosa de encontrar su identidad.

Nuestra manera de consumir tiene por consecuencia inevitable que nunca estemos satisfechos, puesto que no es nuestra persona real y concreta la que asume una cosa real y concreta.[2]

Pero nuestra ansia de consumo ha perdido toda relación con las necesidades reales del hombre. En un principio, la idea de consumir más y mejores cosas de dirigía a proporcionar al hombre una vida más feliz y satisfecha. El consumo era un medio para un fin, el de la felicidad. Ahora se ha convertido en un fin en sí mismo. El aumento incesante de necesidades nos obliga a un esfuerzo cada vez mayor, nos hace depender de esas necesidades y de las personas e instituciones por cuya mediación podemos satisfacerlas. 'Todo el mundo procura el modo de crear una nueva necesidad en los demás, a fin de someterlos a una nueva dependencia, a una nueva forma de placer, y, en consecuencia, a su ruina económica... Con una multitud de mercancías crece el campo de las cosas ajenas que esclavizan al hombre.[3]

Ante la andanada de mensajes reiterados de “comprar”, la juventud mexicana se enfrenta a la creación de necesidades que deberán satisfacer para ser felices, y dadas las condiciones de pobreza y marginación en que su familia se encuentra, el niño decide convertirse en hombre y robar un teléfono celular que con el salario mínimo de su padre, no pudo adquirir, o en su caso, como niños que son, “juegan” con sus amigos al delincuente, y se apoderan de los veinte pesos que su víctima portaba para trasladarse a la escuela o al trabajo.[4]

Una sociedad del consumo es creadora de necesidades (que nada tiene que ver con la verdadera satisfacción de necesidades reales o sentidas del hombre [5]), y una sociedad con necesidades es una de las causas de la delincuencia entre jóvenes.

El hombre moderno, si se atreviera a hablar claramente de su concepto de cielo, describiría una visión parecida a la del mayor almacén del mundo, en el que se encontrarían infinidad de cosas nuevas, y él entre ellas con dinero bastante para comprarlas.

Por si lo anterior fuera poco, los niños y jóvenes se enfrentan a un sistema político con funcionarios ignorantes y corruptos, que fomenta una sociedad donde la niñez y la juventud no tienen cabida. Son inexistentes los planes o programas que piensan en la niñez o en la juventud. A nadie le preocupa que un menor de 12 años mantenga en sus espaldas un tercio de leña en lugar de una mochila escolar. No importa si se acrecienta el número de niños de la calle, que en algún parque de las ciudades se drogan, alcoholizan y dan rienda suelta a la sexualidad de la que casi no saben nada. Es irrelevante saber que las estadísticas nacionales arrojan desastrosos resultados de deserción por causas diversas, la más común: la pobreza.

Para un sistema como el mexicano, lo importante para un partido político son los votos, y toda vez que un menor de 18 años aún no puede sufragar, nada importa si en una alcantarilla o en hospital muere otro niño.

En las escuelas lo que adquiere un niño, y que se lo trasmite un profesor ignorante, no son conocimientos técnicos o científicos, más bien, apenas alcanzan conocimientos empíricos y lo más deprimente, conocimiento vulgar, que hace de los niños una reproducción de sus padres: sujetos enajenados y consumidores.

Los subsistemas familiares, escolares, deportivos, culturales, etc., no son más que instituciones donde a los niños y a los adolescentes se les trasmite la forma de vida “normalizada” que de nueva cuenta les “enseña” a obedecer, a no cuestionar a todo querer comprar.[6]

La amistad y el amor cada vez se encuentran más alejados de los niños. El afecto ahora ya es cursi. Querer no es cool. Amar a otra persona no es un acto humano, ahora es un producto más en el mercado: los jóvenes no buscan en su pareja un complemento a sus perspectivas intelectuales, estéticas y emocionales, ahora buscar pareja es como acudir a un almacén a comprar a un hombre o a una mujer (a comprar afecto).

Los adolescentes no se perciben como un sujeto con cualidades cualitativas, sino busca rasgos cuantitativos que los conviertan en un buen producto en el mercado del amor, donde lo relevante no sea quien eres, sino qué tienes.

Las mujeres jóvenes buscan parecerse a la Barbie que años antes esperaban el día de reyes, y por ello dejan de comer, se tiñen el cabello dorado, adquieren la ropa de moda y para alcanzar eso, son capaces de “cualquier” cosa. Los hombres en cambio, deberán gastar sus esfuerzos en tener cien pesos para poder ir al cine con su pareja, deberán ser altos, fuertes y con las llaves de un vehículo de lujo en sus manos. Hombres y mujeres quieren una computadora portátil, un teléfono celular, un ipod, y en la mayoría de los casos, es una utopía creer que los puedan adquirir, de manera lícita.

El escenario anterior, es el diagnostico que nos permite vislumbrar, de manera generalizada, la situación actual de la sociedad mexicana, donde los niños y jóvenes son síntoma inequívoco de la población en general, solo que aún con mayor desventaja, dado que a la de por si nefasta situación de los mexicanos, se debe adminicular el hecho de que a muy pocos les interesa coadyuvar en la consolidación de un país donde los niños sean tratados con dignidad y respeto, donde se vea en ellos la semilla que en el futuro germinará en un país donde la premisa aristotélica de justicia y felicidad dejen de ser una ficción y se conviertan en una realidad.

[1] José Saramago en su Epílogo de “desde las montañas del sureste mexicano”. Subcomandante Marcos. Plaza/Janes. México 1999. p. 393.

[2] Ibidem. p. 116.

[3] Ibidem. p. 116.

[4] García Ramírez clasifica la tipología de la delincuencia juvenil en: la antisocialidad gratuita o recreativa, la famélica y la evasiva o curiosa. “El crimen gratuito o recreativo, a veces el más brutal o espectacular, es el que se comete sin razón aparente, sin un motivo explicito y probado, simplemente por hacerlo, o acaso para distraerse y disfrutar con el hecho criminal… La antisocialidad famélica es aquella en que se cae por hambre o, dicho de manera más amplia, por simple necesidad, sea que ésta responda, verdaderamente, a un apremio de subsistencia biológica, sea que atienda a un requerimiento de ‘presencia social’, que en una cultura consumista demanda, como estrictos, el dominio y uso de bienes que de otra manera serán superfluos… es éste el terreno de los delitos patrimoniales, que van desde el caso clásico del robo de famélico, generalmente impune, cuando se roba para sobrevivir, en estado de necesidad que toma legitimo el comportamiento, hasta la apropiación indebida de objetos de prestigio, transformados en bienes de necesidad… la evasiva o curiosa, con la cual el niño, el adolescente o el joven, quieren sustraerse a su mundo por caminos al alcance de la mano, que otros conocen o que ellos mismos, alguna vez y con cierto éxito, han intentado; o bien, se interesan por llegar a nuevas experiencias, acelerando la velocidad de la vida y descartando etapas, o al menos abreviándolas, esto es, actuando rápidamente, conforme al signo de los tiempos”. GARCIA, Ramírez Sergio. Criminología, marginalidad y derecho penal. Ediciones de palma. Argentina 1982. pp. 143-145.

[5] Las necesidades realidad de los sujetos son aquellas imprescindibles para su desarrollo fisiológico y psíquico (alimentación, salud, educación, vivienda, etc.), mientras que las necesidades sentidas son aquellas que se originan a partir del contexto de cada colectivo social (religiosas, culturales, artísticas, etc.).

[6] Al respecto revisar Vigilar y Castigar de Michael Foucault.

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